OCTUBRE 2022.
REFLEXIONES.
Buenos días para ustedes, graduandos y sus familiares. Y a todos los que nos acompañan en este momento.
Buenos días señores vicerrectores, directivos, facilitadores y personal de la Universidad.
En este día tan especial para ustedes y sus familiares, quiero compartirles algunas reflexiones que espero los ayude en su búsqueda personal de la felicidad y bienestar y en sus relaciones sociales.
La primera gira en torno al agradecimiento. Me pregunto ¿Qué significa la gratitud?
La Real Academia Española la define como «un sentimiento que nos lleva a estimular el beneficio o favor que nos han hecho y que se traduce en un deseo de corresponder de alguna manera».
Los estudios realizados sobre la gratitud la catalogan como una de las emociones positivas (junto a otras como la satisfacción, alegría, amor y esperanza). Precisan que el acto de agradecer es beneficioso para el cuerpo, el cerebro y la mente.
Sentirse agradecido no es un estado natural. Vivir desde el agradecimiento es una decisión, la decisión de enfocarse en lo que ya se tiene y hacer de ello una fuente de satisfacción y alegría.
Es deplorable que tengamos una alta propensión a vivir más en estado de vigilancia ante posibles amenazas y peligros. Estamos predispuestos a prestar más atención a lo negativo que a lo positivo. Este es un comportamiento demostrado por la antropología social.
A mi parecer, esto puede deberse al hecho de que los seres humanos, en su transcurrir histórico, han vivido más en estado de guerra, ya sean estas reales, amenazas, o guerra fría, que los períodos de paz de que han disfrutado. Han creado, por consiguiente, una condición cultural que trasciende al plano psicológico, y es la de estar en alerta, de esperar que las cosas van a salir mal.
Si cada uno de nosotros hiciéramos una introspección, partiendo de la pregunta ¿qué nos ha dado la vida? Si ponemos en una balanza las experiencias positivas y las negativas que hemos vivido, pienso que la balanza se inclinará más hacia las cosas buenas que nos han pasado que a las malas.
Comenzamos con que debemos estar agradecidos de:
∙ La vida misma.
∙ Nuestra familia, nuestros amigos, de los momentos vividos con ellos.
∙ Del poder alcanzar metas importantes en nuestra vida, como esta que ustedes están culminando en estos momentos, la de formar parte del grupo de privilegiados que, en nuestro país, logran llegar a la universidad y obtener un diploma profesional. En el caso de ustedes un diploma de postgrado.
Yo, de manera particular, siempre me he sentido feliz de haber nacido en este país. Continuamente repito esta frase, «gracias por tener el privilegio de haber nacido en esta hermosa isla, llena de sonidos y de multicolores».
Prefiero agradecer el poder ver un amanecer con un hermoso cielo azul, los colores que se reflejan en las aguas del Mar Caribe o los bellos colores de nuestra Cordillera Central, que oscilan entre el verde de los árboles y el anaranjado de las amapolas y framboyanes; que concentrarme en ver la basura en nuestras calles o en las orillas las carreteras. Aunque no dejo de aspirar a que, algún día, lleguemos a tener conciencia sobre la importancia de manejar correctamente los desechos y no tirarlos indiscriminadamente donde quiera que nos dé la gana, sin considerar el daño que le hacemos al medio ambiente, en una isla que aún nos da el beneficio de explotar su suelo para suplirnos de alimentos básicos para nuestra subsistencia.
Me da paz y mucha plenitud despertar con el trinar de las aves, escuchar su canto me hace consciente de la vida. Los dominicanos vivimos los sonidos. Traemos el ritmo que producen en nuestro interior. Quizás porque somos el producto de la mezcla de africanos y españoles.
Estamos acostumbrados a hablar alto, a escuchar música que la oye todo el vecindario. Nuestras ciudades están llenas de sonidos. Aunque les confieso, que creo que somos un poco exagerados, por lo que, a veces desespera pasarse un día completo escuchando el mismo güiri güiri de una bachata o las estridentes notas de la llamada “música urbana o ritmo de la calle”.
Sobre esto hay que asumir conciencia también. Tenemos que prestarle atención a la contaminación generada por el exceso de ruidos. Ya que el mismo puede afectar nuestra salud física y emocional. Nuestra población debe ser educada sobre los efectos perjudiciales que los altos decibeles de ruidos pueden provocarnos, como son: problemas cardíacos (hipertensión), falta de concentración, entre otros.
No se ustedes, pero estoy agradecida de vivir en un lugar cuyo clima no llega nunca a temperaturas extremas de mucho frío o calor. Cuando el calor nos agobia, tenemos la posibilidad de darnos una escapadita a disfrutar de las aguas frías de uno de nuestros ríos o de la playa.
Es por lo antes expuesto que les sugiero: asuman la gratitud como una decisión de vida. Les aseguro que les dará un estado de plenitud y felicidad.
Mi segunda reflexión gira en torno a la solidaridad como conducta social para combatir flagelos como el egoísmo y la violencia.
La UAPA asume la solidaridad como uno de sus valores fundamentales. Declara que «somos sensibles a la realidad económica, social y cultural del país, por lo que valoramos y participamos de manera proactiva y solidaria en el desarrollo de programas y actividades orientadas a satisfacer necesidades de las comunidades en la que estamos inmersos, y a cuyo desarrollo contribuimos». Esto se evidencia en las actividades y los proyectos de servicio social que desarrollan los participantes y facilitadores.
Ser solidario es, además de un valor humano, un compromiso, una actitud que decidimos adoptar como parte de nuestra convivencia con los demás y con la sociedad en general. Implica una manera en la que: dar, colaborar, ayudar a los demás, sin esperar ningún tipo de retribución a cambio, es una actuación natural de nuestra vida.
En una conferencia dictada por el Dr. Roberto Roche, catedrático de la Universidad de Barcelona, expresó que «uno de los mayores retos que afronta la sociedad del 2000, es el de la consolidación de un tejido social positivo, que permita la convivencia armónica entre personas, las colectividades y los países, salvaguardando su identidad y, a la vez, actuando solidariamente para con los demás, para coadyuvar la supervivencia y hallar significado en ella».
Traigo esto a colación para ponerles un ejemplo muy reciente de una de las mayores faltas de solidaridad que hemos vivido en los últimos tiempos y que puso en peligro la vida de millones de personas en países en condiciones limitadas de desarrollo: la pandemia de COVID 19.
Desde el 2020 hasta los actuales momentos, en los que dicha pandemia ha sido declarada en proceso de control, hemos vivido con este problema de salud a cuestas. Han sido tiempos de temor, incertidumbre y desesperanza.
Vimos la increíble capacidad de respuesta a la misma, con la rápida elaboración de vacunas que han permitido detener su avance. Esto fue posible debido a los adelantos científicos y tecnológicos que se poseen en la actualidad.
Vimos, además, cómo esta pandemia puso a la humanidad en un contexto en el que todos tuvimos, y aún tenemos, que repensar nuestras maneras de ver la vida y nuestra responsabilidad para con los demás.
Lamentablemente, dejó al desnudo aspectos negativos de la naturaleza humana, como fue el manifiesto egoísmo de las naciones desarrolladas en relación al manejo de las vacunas producidas para combatir la pandemia, ante su negación a compartirla con países menos favorecidos, acaparándolas en los períodos más críticos.
Igualmente puso en evidencia la voracidad con la que querían enriquecerse las farmacéuticas que desarrollaron dichas vacunas, a costa de la salud de las personas. A estos países no les importó la consecuencia que podía generar este comportamiento.
Un comportamiento solidario de estas naciones hubiese sido, no solo facilitar la adquisición de las vacunas a los países más pobres, sino también, dar acceso abierto a las fórmulas creadas y a las tecnologías para su producción.
¿Consideran ustedes que es una actitud ingenua de mi parte?
Ser solidario, cuando se convierte en un comportamiento colectivo, contribuye con la reducción de la violencia y la inseguridad. Un flagelo que está carcomiendo la sociedad dominicana. Tenemos, como ciudadanos que amamos nuestro país, que asumir un mayor compromiso con la reducción de la violencia, en todos los contextos y con lograr mayores niveles de seguridad ciudadana, vial y alimentaria.
Podemos afirmar que es una realidad indiscutida el alto nivel de inseguridad ciudadana en que vivimos en la República Dominicana, en las últimas décadas. No es una percepción, es absolutamente real.
Desde el año 2000 a la fecha, la tasa de homicidios en el país se ha venido incrementando, estimándose en la actualidad, según diferentes fuentes, en 28 homicidios por año, por cada 100 mil habitantes.
La seguridad ciudadana, debe ser un compromiso de todos. Desde la acción integrada que desarrolle el Estado hasta la colaboración de la ciudadanía y de otras organizaciones de interés público, con la finalidad de asegurar la convivencia y desarrollo pacífico y la erradicación de la violencia.
La falta de seguridad vial es un tremendo problema que afronta el país. La seguridad vial se contextualiza en el conjunto de acciones dirigidas a fomentar el respeto de las normas de circulación de peatones y vehículos.
El objetivo principal de la seguridad vial es organizar la circulación de vehículos y peatones para evitar muertes por accidentes y para mejorar el bienestar de los habitantes de las ciudades y pueblos.
En materia de seguridad vial, estamos muy mal. Tan mal que ocupamos el deshonroso primer lugar en el mundo en la lista de países con mayor tasa de mortalidad ocurrida por accidentes de tránsito al año, según las estadísticas más recientes de la Organización Mundial de la Salud, OMS. Tenemos la dolorosa cifra de 64.6 muertos por cada 100 mil habitantes. Se siente temor cuando uno tiene que circular en las carreteras.
Al referirme a la seguridad alimentaria, parto de lo referente a la disponibilidad suficiente y estable de alimentos, su acceso oportuno y su aprovechamiento biológico de manera estable a través del tiempo.
En el país estamos bien en materia de seguridad alimentaria, producimos el 85% de los principales productos de la dieta de la población, no tenemos escasez de productos básicos como el arroz, víveres, hortalizas, frutas, carnes, leche, entre otros, y los precios se mantienen relativamente estables y accesibles al año.
El punto negativo, es la voraz y perversa intermediación que favorece grandemente a los intermediarios y desfavorece, y desincentiva, a los productores agrícolas, a los que día a día derraman su sudor para asegurarnos los alimentos que consumimos y nos mantienen en salud.
Hice referencia a los temas de la violencia y la inseguridad que la misma genera, porque soy una fiel creyente de que, como ciudadanos, estamos en condiciones de coadyuvar para mejorar esta situación que tanto nos afecta.
En primer lugar, fomentando una educación basada en conductas prosociales (en contraposición a las antisociales). Significa educar para la solidaridad, las buenas relaciones sociales, el diálogo. Educar para la paz.
La educación ciudadana debe orientarse en formar personas con un comportamiento cívico adecuado. Debemos aprender a ceder el paso, a no querer llevarnos a todo el mundo por delante cuando tenemos un volante en nuestras manos, a ceder un turno en la fila, a consolar un amigo cuando lo necesite. Debemos hacer el esfuerzo de ser mejores personas y de actuar de manera proactiva para beneficio de todos.
Terminaré mis palabras diciendo que, en la solución de los problemas que afectan los tres tipos de seguridad antes expuestos, la educación de calidad juega un papel preponderante. La educación, que nos hace evocar una frase del legendario libertador Simón Bolívar: «Recordemos que las naciones marchan hacia su grandeza, al mismo paso que avanza su educación».
Muchas gracias. Disfruten su día junto a sus familiares y amigos. Y recuerden que la UAPA siempre los tendrá como su mejor y mayor tesoro.